lunes, 30 de enero de 2017
domingo, 22 de enero de 2017
lunes, 9 de enero de 2017
miércoles, 4 de enero de 2017
CONCIERTO DE AÑO NUEVO, 2017 : Orquesta Sinfónica Sana Cecilida de Teruel
La Orquesta
Sinfónica Santa Cecilia de Teruel
dirigida por Alberto Navas:
Marcha Radeztky
de J. Strauss (Año Nuevo, 2017)
Los turolenses dieron ayer la bienvenida al 2017, año de
800 aniversario de la Leyenda de los Amantes, de la mejor manera posible. Las
polkas y los valses de la dinastía Strauss son ya una marca consolidada para el
Año Nuevo que se repite todas las navidades a lo largo y ancho de todo el
mundo, aunque en muy pocos lugares pueden escucharse precisamente durante la
mañana del día 1 de enero. El más clásico es la Sala Dorada del Musikverein de
Viena, donde comenzó la tradición en 1939 y desde donde es retransmitido en la
actualidad a más de cincuenta países.
Pero
ayer sonó además en el Teatro Marín de Teruel, donde de forma extraordinaria la
Orquesta Sinfónica Santa Cecilia de Teruel, dirigida por Alberto Navas, ofreció
un espectacular concierto con numerosos guiños al vienés, pero también con
claro carácter propio.
Ante
un entregado público que llenó las tres cuartas partes de las butacas del
Marín, que desde que fue reinaugurado el 19 de noviembre ya ha acogido varias
citas importantes, la Sinfónica de Teruel ofreció un brillante concierto
dividido en dos partes. En la primera se interpretó un repertorio variado
compuesto por piezas orquestales efectistas y muy conocidas. Comenzó con Si yo
fuera rico perteneciente a la B.S.O. de Violinista en el tejado (Jerry Bock) y
El oboe de Gabriel, compuesta por Ennio Morricone e incluida en la B. S. O. de
La misión. A continuación la Sinfónica ofreció uno de los temas que no han
faltado en su repertorio desde que la agrupación se formó el pasado mes de
abril;?el segundo y cuarto movimiento (largo y allegro con fuoco) de la
Sinfonía nº 9 de Antonin Dvorak, Sinfonía del Nuevo Mundo.
Y la
primera parte se cerró con la misma pieza que, en forma de segundo bis, también
pondría punto y final al concierto. Se trató de una versión muy especial del
villancico Noche de Paz dividido en dos movimientos; el primero de ellos fiel a
la composición clásica del alemán Franz Gruber, y el segundo según un arreglo
de Alberto Navas mucho más rápido, en tempo di vals, como preámbulo de lo que
venía después.
En
esta composición, muy bien orquestada por el director de la Sinfónica, destacó
una serie de pequeños solos que llevaron al público al extasis, sacando partido
al clarinete de Beatriz Sánchez, contestado por los saxos y después por las
flautas de Nerea Martín y Juan Alonso y el oboe de Cristina Esteban. Se elevaba
la tensión al máximo con la trompeta de Nacho Civera, para resolver finalmente
el grueso orquestal con un sonido intenso y grandilocuente.
Tras
un breve descanso, comenzó la segunda parte del concierto que de algún modo
homenajeó a la cita clásica de Viena, echando mano de algunas de las obras más
virtuosas de la familia de compositores austríacos Strauss, como El murciélago,
de Johan Strauss hijo, o Pizzicato polka, compuesta también por Johan Strauss
hijo y su hermano Josef, aunque también hubo lugar para Marcha y Trepak, dos de
los movimientos más populares de El cascanueces (Tchaikovsky), también de claro
sabor Navideño.
El
recital enfiló su recta final con dos simpáticos guiños al Concierto de Año
Nuevo del Musikverein vienés; el primero de ellos cuando la Sinfónica entró en
falso con el tema que tradicionalmente cierra el programa, El Danubio Azul de
J. Strauss hijo. Siguiendo la costumbre, una parte del público interrumpió la
entrada con sus aplausos y Alberto Navas paró a sus músicos, se dio la vuelta y
felicitó el año nuevo a todos los presentes, antes de continuar, esta vez si,
con el vals.
Y
el segundo fue el que ya tiene todo el mundo en la retina y en el tímpano. Como
primer bis y fuera de programa, la Sinfónica de Santa Cecilia ofreció el
conocido arreglo de Leopold Weningersobre la Marcha Radetzky (Johan Strass
padre), al ritmo de los aplausos emocionados y acompasados del público que seguía
las indicaciones del director para darles la intensidad adecuada.
No
es esta una moda contemporánea, la de aplaudir el poderío militar austríaco que
inspiró La marcha Radetzky, sino un fósil de la época en la que el público de
los conciertos de música clásica acudía a estos de una forma más habitual,
desenfadada y natural. Hoy en día este tipo de citas están regidas por otro
tipo de etiqueta, más encorsetada y académica, pero incluso los mayores
melómanos necesitan soltarse la melena, de vez en cuando, en nombre de la
música con mayúsculas.
Fuente: Diario de Teruel, 2/I/2017
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