Pese a la ingente cantidad de obras que se publican y distribuyen por doquier, resulta complicado encontrar un lugar a algunos autores más allá del mainstream narrativo actual. Existen unas líneas temáticas y argumentales muy trilladas y explotadas –no solo la novela histórica, por supuesto- que son las que en estos momentos aglutinan el grueso de la narrativa que se publica en España. Lo que queda al margen puede encontrar su lugar (con suerte) en pequeñas editoriales o servicios de publicaciones municipales o autonómicos, sin que por ello se les asegure una distribución adecuada ni unos mínimos de calidad. Y ese es uno de los problemas con los que se encuentra la narrativa de Antonio Castellote. En el variado y confuso panorama literario actual, la narrativa de Castellote es una excepción, alejada de los vaivenes del mercado y sin caer en las modas más recientes, agostadas de tanta novela que repite los mismos clichés. Su obra narrativa está en diálogo con la gran literatura europea y norteamericana, sobre todo la del siglo XIX, y muestra el poso de un novelista que ha leído y asimilado también a los clásicos, que sabe construir y mantener una trama, sin la artificiosidad y discontinuidad narrativa que caracteriza a parte de la más reciente novela española. El hecho de que no sea subversivo, radical, ni cree argumentos en los que tenga más peso la hibridación de lenguajes o la metaliteratura, tal vez lo alejen del circuito comercial más conocido. Pero la publicación de cinco folletines durante los correspondientes veranos, la perfección formal que alcanza en ellos, con sus correspondientes recreaciones históricas que recorren todo el siglo XIX y comienzos del XX es algo más que un hecho aislado o un pasatiempo veraniego. Es posiblemente la constatación de que se puede hacer una novela de ambientación local con proyección universal, ya que no cae en el provincianismo ni en los localismos más tópicos, sino que a partir de esa localización crea argumentos e historias de mayor alcance. Además, la inmensa labor de documentación, pues recorre gran parte de la historia de Teruel desde el siglo XIX hasta nuestros días, emplea un lenguaje adaptado al tiempo de la narración, en un esfuerzo por ofrecer, a través del relato, fragmentos de la vida del momento. Sus historias son verosímiles y están dotadas de credibilidad, con un estilo y una preocupación por el lenguaje que se refleja en los giros y los términos con los que las narra. Su narrativa requiere de un lector atento, que sepa extraer sus propias conclusiones y que no solo busque un mero entretenimiento.
Un repóquer
de novelas
Las cinco novelas son folletines por la forma de publicación, pero escapan de
los tópicos y características con las que se suele asociar al género desde comienzos
del siglo XIX, aunque haya algunos guiños, como el final de La enfermedad sospechosa. Es una forma de publicación que responde a un encargo –un contrato
formal, pero también un entretenimiento, como reconocen Antonio y Juan Carlos-
y que ha de cumplir unos requisitos (en este caso que tuvieran ambientación en
Teruel) y se ajustaran a la parte central de un periódico, es decir, que cada
entrega tuviera una extensión similar. Para Antonio Castellote, el folletín es
una forma que es juzgada en muchas ocasiones por lectores y críticos solo por
los tópicos y no por la técnica narrativa que hay detrás, como si pesasen más
los primeros que el oficio que subyace en su composición.
Aunque el grueso de la escritura de los folletines se abordaba en verano, el proceso de creación comenzaba antes, con la recopilación de la información y datos y, más adelante, se comenzaba a pergeñar la historia, hasta que ya en el mes de julio –un mes antes de la publicación en el diario- se iban perfilando los capítulos. Se trataba de un trabajo que requería de muchas horas y dedicación, pues prácticamente se escribía un capítulo por día. Existía por tanto una presión sobre la escritura, por cuanto los plazos tenían que cumplirse y la periodicidad de las entregas marcaba un ritmo de trabajo continuo.
Cuando comenzó la composición de los folletines la idea fue escribir sobre diversos lugares de la provincia, aunque conforme avanzaba la escritura, la narración derivó en una novela de ambientación histórica para la primera colaboración (Fabricación británica. Folletín romántico del Maestrazgo) y, luego, en las posteriores, se pierde en cierto modo ese componente descriptivo con el que se narran las aventuras de Charles Lamb, protagonista del primer folletín, en el Maestrazgo.
Algunos de los elementos temáticos y formales más destacados posteriormente en los folletines aparecen ya en la primera obra de Antonio Castellote, Modelo sin dolor (2000), una larga novela de casi 500 páginas que no se ha llegado a publicar y que se encuentra disponible en el blog del escritor. En ella se narra la historia en primera persona a través de Güino, un bedel y modelo de la Escuela de Arte de Madrid, separado de su mujer Remedios y con una hija en común, Violeta. En algunos breves fragmentos se emplea la segunda persona del singular que alterna entre Güino, su hija Violeta y, justo al final, a través de un podenco que Güino adopta. En ocasiones, el narrador se refiere a su relato como si formara parte de un diario, técnica que el narrador-protagonista de Fabricación británica, Charles Lamb, emplea también para referirse a sus memorias y las de su compañero de viaje Lewis G
Varios de los temas, ideas o personajes que aparecen en esta primera novela volverán a estar presentes en los folletines publicados entre 2005 y 2009, sobre todo en Los ojos del río (2006), cuyo argumento y personajes están sacados de esta primera obra. Así, la historia de Rosita, la compañera de trabajo de Güino y madre soltera de Lurdes, es la misma que unos años más tarde se desarrollará con Barbarita y su hija Lourdes en el segundo de los folletines. Entre ambas novelas se incluyen pasajes y motivos comunes, como el episodio de unas oposiciones fallidas, el affaire amoroso de la madre con un hombre de buena posición social (un juez y un catedrático, respectivamente) y alusiones a varios lugares comunes de la narrativa de Antonio Castellote. Aquí aparece también el personaje de Sebastián, que trata de ayudar a la hija de Rosita, tal y como su tocayo hará en el folletín de 2006; está también la ambientación de parte de la novela en Pomona (Teruel) y que simbólicamente puede entenderse como el descubrimiento de la ciudad como lugar narrativo para Antonio Castellote, en el que se localizará buena parte de la acción de los folletines.
Así, con respecto a la serie de folletines posteriores, encontramos las referencias a los clásicos (los veremos, sobre todo, en La enfermedad sospechosa); la aparición de una cámara de fotos Leica y la lectura de los novelistas rusos, la historia de Jan, el chico polaco, tan parecido a Kolia o el episodio del conejo desollado (Otoño ruso, 2008); el personaje literario de Charles Lamb Jr., autor de Fabricación británica (Made in England), que es como Güino quiere titular una serie de ilustraciones para su hija, y que reaparecerá como personaje principal y narrador en la obra homónima y primer folletín de la serie en 2005; las menciones a Pau Monguió y el modernismo en la ciudad de Pomona, los vaciados de escayola (Una flor de hierro)… Al mismo tiempo, no se ha de olvidar la precisión en los registros idiomáticos de los personajes, la querencia por el diálogo como modo de presentación de los personajes –sobre todo en la segunda parte de la novela- y otros elementos que irán apareciendo y configurando la narrativa de Castellote. No se trata de hacer un catálogo de tópicos y temas de esta primera novela, pero esta obra, apenas conocida por el público, resulta de suma importancia para comprender la evolución de la narrativa de Castellote, no tanto por los temas o alusiones señalados, sino porque, muy posiblemente consolida un tono y un modo narrativo que será luego el de los dos primeros
En el primero de los folletines, Fabricación británica. Folletín romántico por entregas (2005), Castellote se sirve de un episodio real e histórico –la existencia y presencia del reportero Lewis Gruneisen por el Maestrazgo turolense durante la Primera Guerra Carlista- y de una parte de ficción, que se centra en la historia de su reportero gráfico, Charles Lamb, que es quien narra la historia con posterioridad a lo acontecido. Con este personaje, homónimo del escritor británico autor de los conocidos Cuentos basados en el teatro de Shakespeare o sus celebérrimos Essays of Elia, Castellote rinde homenaje a un escritor que trató temas relativos a la vida cotidiana desde un prisma poético. Otra influencia visible son las narraciones de los viajeros extranjeros por España, como George Borrow quien estuvo entre 1836 y 1840 y cuya experiencia quedó reflejada en La Biblia en España (1842), interesante por su glosario de términos caló y muy útil para algunos pasajes de la novela de Castellote y para la caracterización del personaje de Manuela.
Este folletín es la historia también de un viaje personal y de crecimiento de
un personaje, Charles Lamb, de cuya evolución y aprendizaje (al modo de
una bildungsroman) somos testigos a lo largo de la narración. De un joven algo snob y
cínico –un poco como Gruneisen, que queda algo oscurecido en la narración-,
pasamos a un reportero gráfico convertido en pintor, que ama las cosas
sencillas y cercanas, que es consciente de sus defectos y de sus escasas
virtudes, pero capaz de querer a los demás y ser bueno. De Gruneisen, presentado
en una taberna en vez de en la redacción del periódico, para sorpresa de Lamb,
se ha de recordar sus Sketches
of Spain and the Spaniards during the Carlist Civil War (1874), que también sirven de apoyo documental a Lamb para su narración.
Por otro lado, todos los ropajes descriptivos de la provincia de Teruel que
hacían algo morosas algunas partes de la novela irán despojándose en futuros
folletines; sin embargo, en Fabricación británica, esa carga la
novela la lleva con soltura y sabe salir airosa. Pensemos también que el relato
de Lamb, de carácter retrospectivo –cuarenta años después de lo narrado- puede
estar dirigido a un público británico, por lo que la profusión descriptiva encuentra
mayor espacio y justificación. Como curiosidad, en esa contemplación del
paisaje se puede citar el descubrimiento de las “palomitas” (unos restos
fósiles con forma de paloma en vuelo), que tanta importancia tendrán en el
folletín posterior (Los ojos del
río). Lamb alude a su amigo, el doctor
Lyell, un eminente geólogo del siglo XIX, quien comentó la riqueza en fósiles
de España (también los fósiles y la geología son habituales en la novelística
de Castellote).
En este primer folletín aparecen también por primera vez los caballos
percherones, que se convertirán en una presencia casi constante en el resto de
novelas, y que adquirirán, a través del caballo Severino (Caballos de labor) un lugar especial. Aparece fray Bernardino, un franciscano que volverá a
asomar con el nombre de Silvestre en La enfermedad sospechosa y está también Miguel, tal vez un antecedente del Martín de Caballos de labor, un personaje apegado a su tierra, el Maestrazgo, diestro en tareas con la
madera, sincero y cabal, un héroe discreto y abnegado. En el último
capítulo de la novela conocemos un poco más a Florence, la esposa de Lamb, una
mujer con una personalidad que solo podemos ver en el final del folletín, un
antecedente de otros personajes femeninos como Barbarita (Los ojos del río), Roser (Una flor de
hierro), Tatiana (Otoño ruso) o Amparín (La enfermedad
sospechosa), muchos de ellos precedidos, en cierto
modo, por Rosita (Modelo sin
dolor): mujeres resueltas, directas, que
luchan y pelean por lo suyo y que, en varios de estos ejemplos, están por
encima de lo que se espera de ellas.
Con Los ojos del río (2006), narrada en primera persona del singular a través de Balbino, un guarda fluvial a punto de jubilarse, Castellote retoma gran parte de los temas y argumentos de Modelo sin dolor. Destaca sobre todo la fidelidad lingüística del personaje de Balbino, que permite articular una voz narrativa creíble y verosímil que lleva al lector por los paisajes nevados de la Sierra de Albarracín o entre las tumultuosas fiestas con motivo de las bodas de Diego e Isabel. Está también la presencia del caballo percherón de Balbino, la asunción de la imposibilidad de las utopías (a través del personaje Sebastián y su robinsonismo algo trasnochado –pese a que evolucionará-, quien ya había aparecido en la novela de 2000). Es tal vez una novela más fría, más desilusionada en su descripción de Teruel y su vida –visible, por ejemplo, en las críticas a los últimos desatinos urbanísticos-, con personajes negativos como Simón Pedralba, presentado como un fantoche al estilo del Ramón Cabrera de la novela anterior. Por otro lado, en esta novela también se anuncian algunos de los temas que irán apareciendo en posteriores folletines, como la introducción al mundo de lo ruso, las alusiones a Monguió… Junto a Balbino destaca el inicialmente bisoño Sebastián, que también irá creciendo como personaje y madurando, hasta aceptar las cosas como vienen dadas. Además, es posible ver una relación de admiración por parte de Sebastián hacia Balbino, su mentor, quien siempre está aprendiendo nuevas cosas con él y despojándose de sus prejuicios de urbanita, cada vez más adaptado al medio. Y este último aspecto es una constante en los finales de las novelas de Antonio Castellote, por cuanto los protagonistas (aunque en este caso Sebastián no sea el principal) terminan por aceptar su condición, no luchan contra las circunstancias y se adaptan al medio. También con Balbino observaremos esta misma asunción de la realidad, algo visible desde Modelo sin dolor hasta Caballos de labor. El percherón de la novela adquiere su protagonismo en el capítulo “Los toros en invierno”, título homónimo al del relato publicado en 2010 y escrito tras este folletín, en el que abandonará la primera persona del singular para el narrador y adoptará la tercera, con un narrador omnisciente, que será el que caracterizará el resto de s
Una flor de hierro. Folletín modernista por entregas (2007) es el tercero de los folletines publicados en Diario de Teruel y supone una vuelta a una ambientación pretérita (en este caso el Teruel de comienzos del siglo XX), tras situar su anterior novela en el presente. Se produce un giro significativo en el modo de narrar, pues ahora Castellote emplea un narrador omnisciente y, al mismo tiempo, dota a su relato de “pedrería modernista”, con giros, expresiones y un tempo narrativo que remite a la novela finisecular y que confirma la versatilidad de nuestro autor hacia distintas formas narrativas y estilos. Por otro lado, la linealidad de los dos primeros folletines y la estructura que ambos presentaban cambia con esta tercera novela, más compleja en su estructura y en sus modos narrativos.
Ahora la acción se sitúa en tierras del Jiloca (las minas de hierro de Ojos
Negros) y en Teruel, en un momento artístico y cultural sobresaliente para la
ciudad, con los talleres y las forjas produciendo útiles y bellos objetos de
hierro y con Pau Monguió de vuelta por Teruel tras su estadía en tierras tarraconenses. Donde quizás se ve mejor el dominio de la
técnica y la maestría que alcanza Antonio Castellote es, posiblemente, en los
episodios que narran el vaciado de escayola (que ya había aparecido en Modelo sin dolor) y en aquellos que muestran a través de estilo indirecto libre las délusions de grandeur de Guillermina, algo neurasténica, que ve el mundo a través de las
novelas francesas que lee, su anhelado mundo refinado y exquisito, que
contrastará con el de los obreros que trabajan en la ciudad. Hasta ahora
habíamos visto que el narrador omnisciente dejaba paso en contadas ocasiones a
monólogos interiores de algunos personajes pero, en general, predominaba la
narración en tercera persona; la variedad narrativa también incluye un cronista
de un periódico local, en un episodio que supone un interludio cómico, en un
cambio de narrador, perspectiva y tono (capítulo 17, “Cajas destempladas”). Y
no hay que olvidarse de otros personajes como Roser, una mujer de rompe y
rasga, con el pelo a lo garçon, o el niño Raimón, descrito con ternura y compasión, junto con otros
personajes que formaron parte de la historia del Teruel de comienzos del pasado
siglo. Es, posiblemente, la novela bisagra –junto con el relato Los toros en invierno, también de 2007- de la narrativa de Antonio Castellote, la que marca un
cambio más importante y la que muestra la destreza del autor en diversos modos
y técnicas narrativas.
Otoño ruso (2008) sirve para cerrar el ciclo de las estaciones al que alguna vez
ha aludido nuestro autor con respecto a sus folletines. Continúa con un
narrador omnisciente, pese a que al principio iba a estar narrada en primera
persona a través de una adolescente. Con este cuarto folletín se efectúa una
vuelta al presente, al Teruel más tradicional y conservador, en una narración
plena de fluidez y libertad estructural, que toca temas que ya habían aparecido
anteriormente, como la Guerra Civil en Teruel y provincia, la literatura rusa,
que flota en el ambiente y cuya influencia va más allá de las alusiones a los
nombres de algunos personajes. Tal vez sea una novela más tranquila, serena y
sosegada con respecto a la anterior y da la sensación de que con ella se cierra
un ciclo. En cuanto a la ambientación, puede ser vista con un costumbrismo casi
antropológico de las costumbres y gentes de Teruel, pero es un costumbrismo
verosímil, no como algo tópico, sino como algo que el lector se cree.
En esta novela, los temas y motivos que han ido jalonando la novelística de Castellote vuelven a aparecer con fuerza, aunque tal vez sean los fragmentos dedicados a la familia rusa que vive cerca de Alfambra los más logrados, junto con la creación de los personajes femeninos, como Matilde y Tatiana, siempre superiores a los masculinos, con más aristas, complejidades y dudas. Es también una novela que se cierra de manera circular, volviendo, como es habitual en este autor, sobre la idea de que hay que asumir las cosas como vienen. Esta adaptación al medio y a las circunstancias será todavía más clara en el último de los folletines, que cierra también, creemos, un ciclo novelístico para Antonio Castellote.
La enfermedad sospechosa. Folletín naturalista por entregas (2009) es un folletín lleno de datos históricos y reales, ambientado en Teruel en 1885, durante la epidemia de cólera (también llamada “morbo asiático”) que asoló parte del Levante y zonas limítrofes y que en la provincia de Teruel dejó más de 5000 muertos. Es una novela poblada de personajes que existieron y a los que no se les cambió el nombre, aunque sí se inventaron aspectos biográficos sobre alguno de ellos, como el doctor Aurelio Benito, redactor del periódico El Ferrocarril. Muchos son personas ligadas a la historia reciente de Teruel, como en el caso del botánico Loscos (que falleció al año siguiente debido a esta epidemia y que dejó inconclusa su gran obra de un Herbario Nacional, confeccionado desde su agencia de Castelserás), el novelista Polo y Peyrolón (que aparece en un episodio algo cómico-satírico), el abogado Muñoz Nogués o las hermanas Blanca y Clotilde Catalán de Ocón (botánica y naturalista respectivamente). La aparición de la enfermedad, la crónica detallada y pormenorizada del año 1885 en la ciudad de Teruel son descritas en el primer capítulo de la novela, que sirve como introducción histórica y social para el lector, que conoce así los datos y la ambientación de la historia.
Comparte esta novela con la anterior el tono circular de la narración, con
la carta de Loscos que lleva guardada en su bolsillo Ramón Vargas, el heroico
maestro protagonista de la novela. De nuevo nos encontramos con un narrador
omnisciente, con escenas, como la descripción del hogar del maestro o de la
enfermedad y agonía de la joven Encarnita que responden a la más inveterada
tradición del movimiento naturalista. Está presente el determinismo biológico,
cierta delectación en describir aspectos desagradables de algunos lugares y
personas (como la visita médica del comienzo), aunque la narración no está
tampoco exenta de algunos toques de humor negro, como el episodio en el que
Ramón consigue libros y que muestra las duras condiciones de vida de un maestro
que se atreve a hablar de Darwin en sus clases.
Quizás, junto a la mejor dupla de personajes masculinos de la narrativa de
Castellote (Ramón Vargas y Aurelio Benito), destaca sobremanera, en especial
hasta la mitad de la narración, el personaje de Amparín, la hija del doctor,
que quiere ser una mujer de acción, que toma sus propias decisiones, como
unirse a Ramón Vargas, en vez del “apareamiento lógico” que quiere su madre con
uno de los hijos de la burguesía turolense y que tal vez obedezca (esta unión)
a una cuestión meramente patrimonial. Frente a ella y los dos protagonistas a
los que antes aludíamos están los personajes negativos, como el hijo del doctor
Benito, Julio, prototipo de personaje de folletín. Como en las demás novelas
siempre hay un personaje que ha de sufrir o perder más que los otros; en este
caso es Julio, aunque su exilio final esté más que justificado por la ignominia
que ha cometido con su familia. La adaptación final de los personajes, su
aceptación de lo que les ha deparado la vida desemboca en tranquilidad y
armonía, como sucede en la narrativa de Antonio Castellote.
A modo de conclusión
Los folletines publicados en Diario de Teruel por Antonio Castellote entre 2005 y 2009 constituyen un caso singular
dentro del panorama literario actual, aunque su difusión haya tenido un marcado
carácter local. Resulta interesante ver cómo a través de la escritura de estas
cinco novelas se recrea la vida de una ciudad y una provincia con rigor y
precisión históricas, en diversos momentos y tiempos, con un, creemos, profundo
amor –no exento de crítica- hacia Teruel.
Antonio Castellote emplea un formato
literario –el del folletín- como forma de publicación tradicional, al tiempo
que para su posterior conservación y difusión utiliza un nuevo soporte digital,
como es el blog. La particularidad de estas cinco novelas no solo radica en el
hecho de que los haya publicado un pequeño periódico de provincias para algo
más que “llenar los huecos informativos” del verano. Supone también la
posibilidad de descubrir a un autor que ya era conocido por los lectores por
sus artículos de crítica literaria y cultura, que demuestra su savoir faire narrativo en conjunción con Juan Carlos Navarro, su habitual
ilustrador, excelso conocedor de la historia de Teruel, en una dupla que ha
trabajado de manera conjunta durante muchos años en diversas actividades.
Cuando hablamos de los folletines de
Antonio Castellote conviene hacerlo con el asombro y reconocimiento hacia una
obra dotada, a nuestro juicio, de una alta calidad literaria, diferente a gran
parte de lo que se publica en la actualidad y que tal vez por ello encuentra
difícil acomodo en las líneas o temáticas que marcan las editoriales. Además,
la localización en Teruel o su provincia puede ser un obstáculo más para la
difusión de sus novelas, si bien es cierto que las historias que cuenta pueden
extrapolarse a cualquier lugar, y buena prueba de ello son los lectores que han
descubierto su obra desde sitios bien lejanos a Teruel gracias a la publicación en el blog de las novelas. Antonio Castellote logró,
con los folletines, adaptarse a una forma de publicación que exigía unas
determinadas características, en un oficio de escritor que requería de una gran
dosis de conocimiento y habilidad narrativas para no caer en el tópico y lo
sencillo, para mantenerse por encima de ello, como un funambulista sobre un
fino alambre.
Escrito en Sólo Digital Turia por PEDRO MORENO PÉREZ
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