A caballo entre Cataluña y Aragón: Las estadísticas dicen que los turolenses que residimos fuera de la propia provincia somos casi tantos como los que permanecen en ella. Yo voy a referirme sólo a Barcelona y su área metropolitana. No vivimos en el lugar de origen, pero tampoco plenamente en el país de acogida. Y eso que, a diferencia de los provenientes de otras comunidades, tenemos fama de integrarnos con relativa facilidad. Es la única solución posible para superar el desarraigo, el aislamiento y la incomprensión. Francisco Candel lo vio con claridad en los años sesenta (Els altres catalans) y el tiempo le ha dado la razón. Los nuevos catalanes, ligados por residencia con el devenir general de la sociedad catalana, sólo podrían progresar en la medida en que colaborasen con ésta, no tan sólo en el aspecto económico, sino también en cultural, social y político. Dicho compromiso, por supuesto, tenía que ser mutuo. Esta relativa integración en el caso de los que vinimos de Teruel, plena en el caso de nuestros hijos, no ha supuesto renuncias ni olvido de nuestra tierra turolense. El agradecimiento a la tierra de acogida no ha mermado un ápice el cariño a la propia.
Por eso volvemos a nuestros pueblos en cuanto las circunstancias nos lo permiten, restauramos las casas según nuestras posibilidades y ocupamos temporalmente el hueco de nuestras propias ausencias. Durante estas estancias nos ponemos al día y nos empapamos de los sinsabores propios de la cuestionada supervivencia de esos numerosos pueblos silenciosos y casi desiertos durante el largo y duro período invernal y alimentamos esperanzas de que se toque fondo de una vez y se supere esta diáspora secular que amenaza con dejar la provincia convertida en “una reserva de recuerdos y ausencias eternas”.
Y cuando retornamos a nuestra vida cotidiana en la urbe masificada y en su cinturón industrial multiétnico, con cierto regusto de nostalgia indeseada, seguimos al tanto de cualquier novedad que se produzca en nuestra tierra de origen. Sin embargo, y sin dejar de lado nuestras propias responsabilidades, y sin caer en el tópico de culpar de todas las carencias al Gobierno central o al autonómico, observamos con desánimo que ni el largo y ensombrecido período de la posguerra ni la democracia anhelada durante tantos años han supuesto una mejora de las condiciones materiales.
Nuestra provincia, y sin ignorar los cambios habidos y las relativas mejoras llevadas a cabo, magnificadas por algunos, sigue estando al margen de los grandes ejes de comunicaciones, las carencias de servicios que satisfagan las necesidades de nuestros municipios son palpables y los planes de infraestructuras son más que menguados.
Ni la inclemencia del tiempo, ni la sequía, ni la orografía justifican que esta provincia del Sur de Aragón se haya convertido en un conjunto de pueblos que, salvo escasísimas excepciones, están muy despoblados y sus escasos habitantes apenas se dejan ver por las calles donde hasta el eco de tiempos mejores les castiga con su ausencia.