Es un sábado del mes de mayo de 1217. Día de mercado y comienzo de la feria en Aliaga. Alfonso II fue quien la reconquistó definitivamente y, semanas antes de morir y desde Zaragoza, concedió a la villa de Aliaga a ruegos del Maestre del Hospital Fortún Cabezas el Mercado Semanal. El documento escrito en latín y que en su día hizo público el Dr. León Esteban Mateo (Historia de Aliaga y su Encomienda Sanjuanista) se halla en el Archivo de la Corona de Aragón. Recojo parte del mismo dada la enorme trascendencia económica y social que tuvo para esta villa y sus pobladores:
“Queremos sea hecho notorio, tanto a los presentes como a los futuros, que NOS Alfonso, por la gracia de Dios Rey de Aragón, Conde de Barcelona y Marqués de Provenza, para remedio de nuestra alma y de las de nuestros predecesores, a ruegos de Fortuño, honorable Maestre del Hospital de Jerusalem y de los otros Freyres, atendiendo a la utilidad de dicha Casa, establecemos para siempre y confirmamos por la presente Escritura que se haga y celebre foro y mercado en Aliaga, todas las semanas, a saber: en el día de sábado, en el lugar que dicho Maestre y Freyres determinaren y ordenaren. Por consiguiente mandamos que todos cuantos vinieren a dicho mercado, de cualquier ley que fueren, tanto al ir como al regresar, sean salvos y seguros, con todas sus cosas que consigo trajeren y llevaren, y los recibimos bajo nuestro salvoconducto y protección; y que nadie, por razón alguna, les infiera gravamen alguno. Porque aquel que tal hiciere, no sólo incurrirá en nuestra ira e indignación, sino que, además de restituir todo el daño ocasionado, pagará mil morabetinos”
El documento acaba con la fecha de rigor (21-III-1196), las firmas del Rey y miembros de la Casa Real así como la del Notario. Consta igualmente la relación de los testigos. (1)
La concesión de tal privilegio, tras un proceso de algunos años de adaptación, ha mejorado notoriamente la actividad comercial y artesanal de la villa. Tal concesión hay que atribuirla a la influencia de la poderosa Orden de los Sanjuanistas ubicada en el castillo y que goza de mucha influencia y poder. El rey Alfonso II, en deuda con dicha Orden por las donaciones económicas recibidas, concedió con presteza y gratitud esta autorización
Desde el momento en que se entra en Aliaga puede sentirse cómo, en cierta manera, toda la villa está marcada por la presencia trascendente del castillo sanjuanista con esa visible y extraña cruz de ocho puntas que constituye su tótem local y el fundamento de su singularidad.
Cruz de la Orden de los Sanjuanistas
Tanto el mercado como la feria se celebran en la calle principal que desciende un tanto tortuosa como una serpiente y en la Plaza de la Iglesia que se halla en las estribaciones de la ladera frontal del castillo hasta las proximidades del río. A ambos lados de esta calle y en torno a la Iglesia de San Juan una serie de modestas casas se acogen como polluelos pegados a una gallina clueca y en lo alto las dimensiones de la soberbia y altiva fortaleza antes mora y ahora bajo la hegemonía del Hospital se alzan desafiantes, en cierto modo sobrecogedoras y, aunque cerca del pueblo, distantes... Las calles adyacentes a la principal son retorcidas, cortas, sombrías y estrechas, sobre todo las del sector morisco cuyos vecinos conviven sin problemas con los repobladores cristianos que traídos de aquí y de allá trabajan en esta tierra de fronteras todavía tornadizas e inseguras.
Hoy, repito, día de mercado sabatino y comienzo de la feria anual, el pueblo sufre una profunda metamorfosis. Se transforma en un ir y venir de gentes que concurren en él con deseos de cambiar bienes por otros ajenos, con ganas de escuchar noticias de las sempiternas escaramuzas guerreras del sur del Reino de Aragón y con la curiosidad de admirar a esos visitantes de toda la Encomienda, saltimbanquis, juglares, artesanos, tratantes de ganado y vendedores de pócimas milagrosas que anuncian sus productos con gritos a manera de romances mal rimados.
El recorrido del conjunto del mercado constituye un espectáculo variopinto largamente anhelado por casi todos los aliaguenses que acostumbran a llevar una vida dura y monótona. Sólo unos pocos huyen del tumulto y los miembros de la Orden de los Sanjuanistas, sometidos a una rigurosa disciplina y encerrados en su mundo de roca y murallas, parecen ajenos a la celebración.
Sentado en una piedra y con una tabla sobre las rodillas a manera de mesa, un escribano de nariz aguileña traslada al pergamino las entrecortadas palabras de un mozo algo azorado. A su lado un campesino muestra de forma furtiva, presurosa y con miedo dibujado en su rostro un gavilán y un hurón que tiene atados y escondidos en un saco de esparto. Como es bien sabido la caza de cetrería es un privilegio de la nobleza. De ahí su mirada huidiza y anhelante...
Recreación del castillo de Aliaga
Dos caballeros hacen alarde de su condición exhibiendo sendas bolsas repletas de monedas que llevan colgando del cinto al no existir bolsillos en el jubón. Es una manera tangible y sonora de alardear de su condición y linaje.
Una mujer seguida a poca distancia por una dama de compañía se detiene ante el único puesto de tejidos orientales. Llama la atención por su singular vestimenta. Lleva una túnica ajustada a la figura por medio de botones que bajan por los lados, dejando así la parte superior del traje apretada encima del busto. Las mangas, inmensamente largas y muy amplias a la altura de las muñecas. El velo, tras el que se adivina una belleza poco común, sujetado con una diadema circular de oro en la frente añade un exotismo a su figura desconocido por estos lares. Su condición de dama extranjera es evidente. La acompañante, con un tocado o barboquejo que consiste en una banda de lino que pasa por debajo de la barbilla y que sube hasta las sienes le sigue solícita a corta distancia. No es infrecuente que las ferias más que los mercados traigan visitantes de más allá de La Val y del término de la Encomienda que con sus vestimentas y modales se convierten también en motivo de atención y curiosidad.
Un ciego, sin lazarillo alguno, con un raído hábito de peregrino, sermonea a los presentes y les advierte del peligro de caer en la tentación de poseer más cosas de las necesarias. Arremete también y de forma virulenta contra el gusto hacia el vino y las canciones báquicas de origen goliardo (1) cada vez más extendidas por el orbe cristiano y que dicen inmoralidades como éstas:
”Nadie se escapa: beben el dueño y la dueña, el rápido y el perezoso, el constante y el voluble, el pobre y el enfermo, el rústico y el sabio, el caballero y el clérigo, el prelado y el decano, bebe ésta y bebe aquél,/beben ciento y beben mil”.
Nadie le hace caso. Sin embargo, algunos curiosos comentan en voz apenas perceptible y mirando hacia un lado y otro que el Maestre de la Orden está muy disgustado por esta costumbre de beber y entonar canciones exaltadoras de tal acto y que cada vez se pone de manifiesto de manera más extrema en ferias y mercados y que hasta hace mella en algunas personas de condición clerical.
Unos mozos de caballerizas que trabajan en el castillo han hecho correr el rumor de que una dama joven de alcurnia se halla refugiada en la Torre del Homenaje porque no acepta la imposición paterna de ingresar en un convento de monjas. Se comenta también que el Subcomendador de la Orden es enemigo acérrimo de tal presencia, aunque sea casi testimonial.
Dos perros de aspecto sarnoso se acercan a los puestos de venta olisqueando todo con avidez y ansias mal contenidas. Los vendedores los espantan a pedradas.
Los chiquillos juegan y escapan, alborozados, de la tutela de las zagalas mayores y presumiblemente hermanas.
Un oscuro personaje con aspecto de mendigo oculta su rostro tras una capucha cavernosa, permanece acurrucado en el centro de la polvorienta y empinada calle, pero no pide nada. Las personas y caballerías lo esquivan e ignoran.
Los voceros pregonan sus mercancías y miran con ansiedad a las mujeres que acuden presurosas a los puestos de venta y charlan sin cesar al tiempo que tocan las mercancías expuestas. En la atmósfera, aromas de especies y de pieles curtidas en orines. Las primeras moscas, sombras volátiles y pegajosas de animales, no se han hecho esperar.
El gremio de los artesanos es el que atrae más mirones que, extasiados, contemplan a los tejedores, pelaires, boneteros, albarderos, esparteros, tejedores, jubeteros, calceteros, olleros, alfayates, alarifes, carpinteros, tallistas, zapateros, peleteros, dulceras, talabarteros, aperadores, guarnicioneros, herreros... que elaboran y vocean su arte, llenando el ambiente de jolgorio y de una mezcolanza de sonidos variados y casi rítmicos.
Unos juglares pugnan por llamar la atención de los curiosos, pero sólo consiguen atraer las miradas limpias de unos chiquillos que enseguida se cansan y se alejan corriendo..
A lo lejos, junto al río, los tratantes de ovejas, corderos, cabras, mulas y jumentos discuten acalorados. Las moscas, aquí muy abundantes, se posan sobre las boñigas calientes. El hedor, sin embargo, no resta encanto al ambiente festivo y al entorno primaveral que renace en las riberas de los dos ríos, este año generosos, que confluyen en este escondido lugar.
Es día de mercado y de feria. Aliaga es una fiesta. Todos acuden esperanzados y expectantes a la misma. Unos con deseos de hacer buenos tratos. Otros, con ganas de diversión. Los más con curiosidad incontenida. Casi todos con ansias de olvidar por unos días la dureza de la vida cotidiana. Sólo los monjes-caballeros del castillo viven al margen de la fiesta y más enclaustrados, si cabe, entre las almenas del mismo.
NOTAS:
(1) El goliardismo, cuyo florecimiento data del siglo XII, fue un movimiento vital y cultural, una actitud ante la vida opuesta a la rigidez social de la época. Los goliardos eran clérigos estudiantes que se burlaban de las leyes y que dirigían sus poemas contra reyes y prelados, contra campesinos, burgueses y nobles; sólo el hombre sabio se libraba de sus dardos. Amaban la libertad por encima de todo, y hacían girar su vida en torno a la poesía, la cultura, el amor, la taberna y el juego. En los reinos cristinos de la península nunca existió un movimiento goliárdico autóctono, sólo de importación, escaso y tardío, siendo sus muestras más representativas los textos del poeta monje de Ripoll y la "Cantiga de los clérigos de Talavera" del Arcipreste de Hita. Pero si el imprescindible amor por la poesía de los clérigos goliardescos escaseó dentro de nuestras fronteras, no se puede decir lo mismo de la entrega al vino y a la juerga tabernaria de algunos miembros del clero, sobre todo de los peldaños más bajos del estamento