Que
yo sepa, y sin presunción alguna, soy el 1º en conjugar el verbo “TERUELEAR”
(Ejercer de “teruelano” positivo. Los más modernos dicen “turolense”, pero yo
me atengo a los cánones de la jota. Aquella que dice: “En Teruel hay una
fuente, donde demana el querer, donde
van las teruelanas, por la mañana a beber”). Así pues, y a partir de dicho
nombre, me atribuyo la paternidad de este verbo y no descarto registrarlo a mi
nombre, para evitar apropiaciones indebidas o usos desconsiderados. Dudo que la
RALE lo incorpore en futuras ediciones de su diccionario, pues aunque todos los teruelanos lo pidiésemos a grito
pelado, nuestro clamor coral sería tan tenue que no merecería consideración
alguna. Quizás el diccionario de Doña María Moliner sea más piadoso con
nosotros... Este es el sino de nuestra provincia: la exigüedad. Somos tan pocos
que no se nos tiene en cuenta. Sobre todo en los Presupuestos del Estado y en
los autonómicos...
Cuando
voy a la tierra de mis ancestros, como es el caso,me “reimpregno” de
esencias identitarias e inquietudes sociológicas que tenía ahí, donde siempre,
pero un tanto acalladas. Con vestigios ya, dada la sequía pertinaz de este
verano, de socarrales agosteños, he paseado por las orillas de los ríos
Miravete y La Val y que, sumados sus
exiguos caudales – cuando los llevan - se transformarán en otro más
conocido, el Guadalope. Por la ribera
de estos ríos se alzan esos chopos autóctonos llamados cabeceros y que tan gratos recuerdos me traen a la memoria.
Estos
chopos robustos, en su madurez, en vez de ser talados por la base del tronco,
recibían un desmoche a unos cuatro metros del suelo. De allí brotaban varias
ramas que a los diez años ya alcanzaban el grosor y longitud apropiados para su
uso como vigas. Tras su tala, se repetía el proceso tantas veces como lo
permitiera el vigor del árbol. Estas son el resultado de la “escamonda”,
práctica que consiste en eliminar todas las ramas de la parte aérea del árbol, dejando
tan sólo el fuste. La escamonda mantenía
al árbol en crecimiento continuo, por lo cual su tronco se hacía cada vez más
ancho, e impedía la temprana decrepitud del mismo. De esa forma los chopos
adquirían unas dimensiones considerables, dignas de árboles monumentales,
superando por mucho la media de edad y tamaño estimado para la especie. La tala
reiterada de las vigas hacía que el extremo superior del tronco adquiriese un
progresivo engrosamiento a modo de cabeza, de ahí el término cabecero
.Los troncos,
con el tiempo, suelen alcanzar un grosor notable y algunos albergan huecos en
su interior donde nos escondíamos de chavales. Los árboles maduros ofrecen una gran cantidad de oquedades donde se
refugian aves y mamíferos.
El
resultado es que hoy, aunque descuidados y despreciados por la endeblez de su
madera y por el abandono reinante, nos
ha llegado una amplia red de choperas conformada por añosos árboles que
constituyen un valioso patrimonio cultural, natural y estético. Pero también es
un elemento esencial en el paisaje de nuestros campos y montes y por ello es
tanto un componente de nuestro espíritu como, en su día, ya muy lejano, fue un
recurso económico.