Con apenas 20 años de efímera andadura educativa, el Colegio Santo Tomás de Aquino cerró sus puertas definitivamente al finalizar el curso 75/76. Ubicado en cinco sedes diferentes, como si pretendiera hacer gala de nomadismo itinerante, este centro dejó una huella indeleble en la memoria, en el proceso formativo y en los afectos de toda esa suerte de alumnos y profesores que tuvimos el privilegio de pasar por sus aulas. Prueba de ello es que los 37 años transcurridos desde que dejó de existir no han impedido que casi una cincuentena de personas, que en su día formaron parte de esta comunidad educativa, nos hayamos reunido por primera vez en Andorra el pasado 27 de julio.
El objetivo de dicho primer encuentro, que tanto se ha hecho esperar, era provocar y generar un contacto que sirviese de base y punto de partida para sucesivas celebraciones. Los patrocinadores de esta idea, Rafael Ginés Alquézar y Pedro Pastor Montañés, merecen la más calurosa de las ovaciones porque su iniciativa y la gestión de la misma han sido justamente premiadas con la mejor de las gratificaciones: el éxito del encuentro y las ganas de repetirlo.
Tal y como estaba previsto, la jornada comenzó en San Macario. El grupo de personas más madrugadoras se iba incrementando paulatinamente. Saludos, abrazos, sorpresas, exclamaciones de regocijo se iban sucediendo como era de esperar... Me llamó muchísimo la atención verificar que el tiempo transcurrido desde la última vez que había visto a algunos profesores y compañeros - más de medio siglo - había dejado muchas más secuelas de su devenir en los segundos que en los primeros. Me encantó encontrar a los profesores con tan buen aspecto y donaire...
La Martingala, ubicada junto a la ermita del santo patrón de Andorra, desgranaba sus notas musicales con moderación para no restar protagonismo sonoro a los asistentes...
Tras la visita al interior de la ermita y la fotografía colectiva que procede en estos casos se inicia el recorrido por los distintos lugares en que estuvo ubicado este centro y que ya nos detalló con loable precisión Don Manuel Franco en El Cierzo del pasado mes de julio. Que en apenas dos décadas de vida, el Colegio Santo Tomás tuviese hasta cinco sedes diferentes, casi todas en edificios que tenían sus días contados, pone de manifiesto la escasez de recursos y las dificultades materiales de la época. Cuando al inicio de esta breve crónica escribía lo de "hacer gala de nomadismo itinerante" solo pretendía suavizar con esta nota de humor lo que en realidad era simple y llanamente precariedad de medios. Afortunadamente, la calidad de los recursos humanos tanto de los docentes como de los discentes suplieron con creces las limitaciones a las que hacía referencia...
Tras visitar el Museo Minero, bajo un sol de justicia, junto al Pozo de San Juan que proyectaba menos sombra de la deseada sobre los ya acalorados y sedientos visitantes, nos dirigimos un tanto impacientes hacia el restaurante El Fogón.
Como era previsible, la comida transcurrió dentro de un clima festivo, fraternal y muy dicharachero. Ya en la sobremesa, que se alargó hasta pasadas las seis de la tarde, tuvieron lugar los parlamentos de los gestores del evento y de dos exalumnas que hicieron gala de su agradecimiento y sentido del humor contando anécdotas y rememorando episodios escolares que hicieron las delicias de los asistentes. Por parte de los profesores que presidiron la mesa, hablaron Don Ignacio Caballero y Don Manuel Franco. Ambos aportaron datos de la vida del Colegio Santo Tomás, inéditos para muchos de los asistentes, y los aplausos se repitieron generosos una y otra vez. Especialmente emotiva fue la remembranza del que fue director de este centro, Don Manuel Aguado, muerto en acto de servicio hace ya cincuenta años. Los que tuvimos el privilegio de conocerlo y de beneficiarnos de sus enseñanzas experimentamos una profunda conmoción interna cuando se glosó su calidad humana y su competencia docente...
Todas las despedidas conllevan un cierto deje de pesadumbre... Me atrevería a decir que en esta ocasión no fue así porque el grato sabor de este primer encuentro y la certeza de que no será el último superó con creces la incertidumbre que caracteriza a las despedidas. Así lo sentí yo y así lo pongo de manifiesto...
Un abrazo entrañable para todos los asistentes y para los que no pudieron hacer acto de presencia en esta ocasión. Habrá otras oportunidades. Fijo...
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