domingo, 19 de enero de 2014

Glo­ria al León de Ca­lan­da


Como dice el hispanista Ian Gibson, Luis Buñuel es el aragonés más célebre del mundo después de Goya y está considerado como uno de los grandes creadores del siglo XX.

Luis Buñuel nació en Calanda (Teruel) a pocos kilómetros de  Andorra, mi pueblo natal. Siempre escuché hablar de él. Sobre su significación política y cinematográfica, las opiniones eran controvertidas. En cambio, su pasión por los tambores despertaba un consenso generalizado.

La reciente publicación de  Luis Buñuel. La forja de un cineasta universal, obra del hispanista Ian Gibson me ha motivado para plasmar en esta bitácora una reseña sobre esta obra publicada hoy en La Vanguardia.

Ian Gibson profundiza en las raíces de una obra cinematográfica del calandino, transida de resonancias personales, cada vez más valorada internacionalmente. En la obra recoge aspectos muy significativos de la vida de este insigne turolense:

La infancia del cineasta, la intensa relación con la madre, su larga temporada con los jesuitas, los años universitarios en Madrid al lado de Lorca y de Dalí, el traslado a París en 1925 —donde encuentra pronto su vocación y participa en la apasionante aventura del surrealismo—, Un Chien andalou y el escándalo de L’Âge d’or, la vuelta a España bajo la República, su trabajo con la productora Filmófono, el compromiso antifascista y, empezada la contienda, su actuación semisecreta a órdenes de la embajada española en París...


NÚ­RIA ES­CUR
La Vanguardia
19 de enero de 2014

Hay que estar loco para meterse en ésta aventura y, obviamente, no lo haces si no te apasionan el biografiado y sus circunstancias. Haber escrito las biografías de Lorca y Dalí hizo imperativo completar la trilogía; fueron tres amigos geniales e inseparables en sus vidas y sus obras”, responde a La Vanguardia el historiador Ian Gibson cuando se le pregunta cómo se logra poner en solfa todos los papeles de Buñuel.

Coinciden todas las voces en que Luis Buñuel (Calanda, 1900 - México, 1983) es el aragonés más célebre del mundo después de Goya. Este creador, referente cultural del siglo XX, ha sido objeto de una minuciosa disección por parte del hispanista Ian Gibson, una elección por otro lado lógica después de abrir en canal las vidas de Lorca y Dalí. Era la pieza que le faltaba. En Luis Buñuel. La forja de un cineasta universal (Aguilar), Gibson busca las raíces primeras de la obra cinematográfica del calandino.

Clasificar y digerir toda la bibliografía acumulada en torno a Luis Buñuel no era tarea fácil. Podría arredrar a cualquiera. Siete años ha tardado Gibson en recopilar datos y recuperar pistas in situ en Calanda, Zaragoza, Madrid o París. Quizá lo más original del libro sean los datos de infancia de Buñuel y las cartas inéditas de la madre y la esposa. Le escribe, la primera: “Solamente el tener siete hijos es causa justificada para las neurastenias por buenos y santos que estos sean. Uno por una causa y otro por otra, constantemente he de sufrir y luego verme sola, sin apoyo moral ni material, sin consejos...”

La biografía revisa esa infancia, la de un chaval con tendencia a liarse a puñetazos tras cada clase de violín, al que bautizan con el apodo de León de Calanda cuando, con apenas trece años, se presenta a un concurso de lucha grecorromana. También su relación edípica con la madre (“cuando nace Luis su madre tiene 18 años y su padre 45, eso te marca”), la larga temporada con jesuitas y la influencia de la religión en su vida (“como en la mía propia”, guiña Gibson), los años de descubrimientos en la Residencia de Estudiantes junto a Lorca y Dalí (el “triángulo amigo”), el traslado a París en 1925 (“yo no era surrealista cuando llegué a París, me parecía cosa de maricones”, le cuenta a Max Aub y, sin embargo, se sumerge ello)... Pero también el proyecto de Un chien andalou o el escándalo de L’âge d’or, la vuelta a España bajo la República, el
compromiso antifascista y su situación semisecreta a órdenes de la embajada española en París.

A finales de 1938, con la guerra civil española instalada, Buñuel embarca con su hijo y su esposa hacia EE.UU. encargado de una misión gubernamental en Hollywood. No volvería a pisar tierra española hasta 1960, ya ciudadano mexicano, para rodar Viridiana pero... esa ya es otra historia.

Porque el libro sólo abarca hasta ese momento. No había presupuesto ni posibilidades para más. “No creo que pueda hacer la segunda parte porque ya tengo 75 años y cada libro cuesta 5 o 7 años de trabajo. Tendría que ocurrir un milagro: sólo si apareciera un millonario mexicano, que los hay, y se ofreciera a financiarla”.

El dublinés Ian Gibson, ciudadano español desde 1984 y vecino de Lavapiés –entre otras cosas por estar cerca de la Filmoteca Española– custodia el archivo de Luis Buñuel. Su investigación arranca mientras revuelve en los ficheros de Lorca y Dalí; la figura del cineasta aparece repetida y obstinadamente asociada a los otros dos y a partir de esas notas Gibson forja la cronología vital de Luis Buñuel Portolés. Viaja a Calanda, visita archivos municipales y parroquiales, habla con familiares y amigos y sube montañas para ver los mismos paisajes que Buñuel veía.

El libro incluye más de 2.500 referencias y, con casi mil páginas, no se libra de algún gazapo, –“alguna fecha equivocada, algún lapsus, tienen razón”– dando como resultado un perfil final de Buñuel que resulta inquietante. “Buñuel iba por la vida algo disfrazado, era escurridizo al hablar, proclive a tergiversar los hechos, incluso a mentir. El Buñuel esencial está en sus películas, pero yo me quedo con el estupendo cachondo mental aragonés, buen amigo de sus amigos”, concluye el biógrafo.

Fe­de­ri­co Gar­cía Lor­ca, el ami­go ama­do y odia­do

"De todos los seres vivos que he conocido, Federico es el primero. No hablo ni de su teatro, hablo de él. La obra maestra era él. (...) Ya se pusiera al piano a interpretar a Chopin, ya improvisara una pantomima o una breve escena teatral, era irresistible. Podía leer cualquier cosa y la belleza brotaba siempre de sus labios. Tenía pasión, alegría, juventud. Era como una llama. Cuando le conocí, en la Residencia de Estudiantes, yo era un atleta provinciano bastante rudo. Por la fuerza de nuestra amistad él me transformó, me hizo conocer otro mundo. Le debo más de cuanto podría expresar”.

Luis Buñuel escribe estas líneas en Mi último suspiro (1982), sabiendo que le queda poco tiempo de vida.

2 comentarios:

  1. Hay que ver el provecho que le ha sacado el amigo Gibson al "trío de la bencina".
    Buñuel era un director extraordinario pero un ser humano tirando a detestable. Entre sus famosas anécdotas hay un en que se cuenta, creo que su autobiografía, que pasaba revista, como en el ejercito, a toda su familia por la mañana para que fueran perfectamente limpios, aseados y con los zapatos brillantes como un espejo.Se cogía una buena agarrada se notaba la más pequeña mácula.
    Un abrazo

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  2. Tengo constancia de la peculiaridad de su talante, pero ignoraba la anécdota que nos cuentas.

    De acuerdo con lo que dices sobre el hispanista Gibson.

    Un abrazo

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