Teruel,
cenicienta; Teruel, hermana, que solo de tarde en tarde encuentras la horma
de tu zapatito y te haces oír; que solo en raras ocasiones haces gala de tu
existencia y demuestras que estás ahí, a pesar de las infraestructuras postergadas,
de los hospitales fantasmas y del descuido institucional.
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Una
vez al año, los amantes rememoran su entrañable drama ante miles de turistas,
enamorados a su vez de tu belleza mudéjar, de las esbeltas torres y de tu
riqueza gastronómica; del jamón curado en la sierra y de los frutos
arrancados a la tierra con mucho esfuerzo, dolor y esperanza. Mas, como
veleidosos tenorios, los visitantes muy pronto se olvidan de tu hermosura,
tal cual lo hacen los gobiernos central y autonómico. Y ahí te quedas,
compuesta y sin novio, despidiendo a tu gente, que suelta amarras, rompe sus
raíces y dice adiós, camino de otras tierras con más oportunidades y donde la
vida sea menos ingrata; donde los jóvenes dispongan de internet, acudir a un
centro hospitalario no sea una quimera y correr más que el tren una apuesta
ganadora. Y ahí sigues, porque tampoco en Bruselas te conocen y nada han
escuchado de pueblos hoy envejecidos y mañana abandonados. Pero tornas a
gritar y expandir con energía tu clamor: «Teruel existe». Y mientras tañen
con fuerza las campanas de todos tus pueblos, una vez más te haces oír en la
plaza del Pilar y voces zaragozanas se unen a la tuya para que la injusticia
no siga atropellando tus ilusiones. Miles y miles de voces a una, porque todos
comprendemos que cuando Teruel languidece, lo hace también Aragón. Y
artistas, creadores y escritores, que tanto sabemos de la inmensa soledad del
trabajo en una habitación vacía, también estamos contigo. Hoy y siempre,
unidos por un destino común, todos somos Teruel.
Texto: Carmen Bandrés.- Heraldo de Aragón
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