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Reproduzco el artículo que mi amigo y paisano, José María Ariño, publica hoy en Aragón Digital. La única industria que restaba en la provincia de Teruel, Central Térmica de Andorra, cierra definitivamente. Salvo sorpresas o milagros, esta provincia y sus gentes tienen los días contados...
Impotencia e incertidumbre
2 JULIO, 2020
El 30 de junio de 2020 se ha convertido en
un martes negro para la comarca de Andorra-Sierra de Arcos, para las Cuencas
Mineras y para toda la provincia de Teruel. El proceso de descarbonización ha
culminado con el cierre definitivo de la central térmica de Andorra que,
durante más de 40 años, ha sido una de las grandes generadoras de energía
eléctrica de España. Ese mismo día, los casi quinientos empleados, entre
trabajadores de plantilla, operarios de subcontratas y de empresas auxiliares,
se manifestaban en la villa turolense para exigir, una vez más, soluciones
realistas para un futuro inmediato que pinta negro como el carbón que se
quemaba en sus calderas. Todos los manifestantes –empleados, familiares y
vecinos de la población bajoaragonesa– expresaban una evidente impotencia y
estaban abrumados por el peso de la incertidumbre.
Habría que remontarse a los años 50 del
siglo XX para comprobar con esperanza cómo en el municipio turolense de Aliaga
comenzaba a funcionar una de las mejores y más modernas centrales térmicas de
España. Pero su vida fue efímera. Y 30 años después –en 1982– dejaba de quemar
carbón y se convertía en un gris esqueleto de cemento y en una montaña de
escombros cual vestigio agridulce. La historia se repitió pocos años después
con la central de Escatrón y con la térmica de Escucha. Esta última cesó su
actividad en 2012 y todavía queda su armazón de cemento, su imponente chimenea
y unos tristes y abandonados barracones. La historia no es nueva. Y en este
caso se repite, dejando atrás el reguero de ausencias de la tan cacareada
España vacía.
Paralelamente a estos desmantelamientos,
fueron desapareciendo las minas de carbón por diversos y discutibles motivos.
La mayoría de estos yacimientos de lignito se encontraban en la provincia de
Teruel: Utrillas, Aliaga, Andorra, Escucha, Estercuel, Ariño, Gargallo, Rillo,
Palomar de Arroyos y el municipio zaragozano de Mequinenza. Su cierre
definitivo produjo la misma impotencia e incertidumbre que la reciente clausura
de la térmica de Andorra. Es la crónica de una muerte anunciada, es el proceso
irreversible de unas explotaciones que dieron vida a estas tierras agrestes
durante décadas y asentaron una población que no tuvo que emigrar para buscar
trabajo en otras ciudades o regiones.
Las alternativas laborales y económicas no
son nada esperanzadoras. Es verdad que desde las administraciones autonómicas
se están buscando nuevas inversiones para la zona. Se habla de una transición
ecológica justa, de un asentamiento de la población, de cursos de formación
para los más jóvenes, de un proceso de reindustrialización. Pero los
trabajadores y vecinos no se creen que estas promesas, que llevan ya una
década, se materialicen antes de que se vean obligados a emigrar y buscar
trabajo en otras tierras, como ya ocurrió en Aliaga y Escucha.
Hay que tener en cuenta, además, que no
es, ni mucho menos, el mejor momento para reflotar la economía y consolidar
nuevos puestos de trabajo en la zona. La reciente y devastadora pandemia del
coronavirus ha alterado a nivel estatal y autonómico propuestas esperanzadoras
para una provincia como la de Teruel, que sufre desde hace décadas la sangría
de la despoblación. La mayoría se pregunta si no se habrá llegado tarde a este
vacío demográfico y si el desmantelamiento de la térmica de Andorra se
convertirá en la gota negra que colmará el vaso de la poca vida que les quedaba
a estas comarcas.
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