Victoria Trigo
El pasado 15 de junio publiqué en esta bitácora la entrada TERUEL: LA ETERNA 3ª. Cité una frase sesgada de la Carta de Amor a Teruel de Victoria Trigo que provocó un comentario que, a su vez, ha dado pie para que la autora de dicha carta me la envíe completa con el ruego de que la haga llegar a dicho comentarista.
Cumplo este cometido con mucho gusto y aprovecho para
manifestar públicamente el afecto y la admiración que profeso tanto por Victoria Trigo como por Antonio
Castellote (BERNARDINAS). Ambos, extraordinarios escritores.
Hola Luis:
Hoy he visto ese comentario en Teruelandia
en el que alguien juzga equivocadamente mi CARTA DE AMOR A TERUEL a raíz
de haber leído un solo fragmento de la misma.
Te adjunto el archivo con la misma y me gustaría
que lo hicieras llegar a esa persona. Yo he intentado contestar en
ese foro incluyendo la carta, pero no ha sido posible dada su extensión.
Lo único que he modificado en el archivo es mi dirección
electrónica, pues ya no es la de "able" y, dada mi perseverancia en
la literatura, me he permitido añadir "Escritora" al pie de mi firma.
Muchos saludos y hasta más oportunidades,
Victoria
Publicada el 29 de Noviembre de 2000 en el Diario de
Teruel.
Esta versión
que se facilita a continuación tiene los tiempos verbales modificados pues la
original se compuso en presente.
Cedida para publicación en el boletín del Centro
Aragonés de Barcelona.- Casa de Aragón, a petición de Luis Antonio Pérez Cerra,
de la Peña Turolense.
A los de Teruel que salieron de su cuna
pero siguen estando en ella, con todo afecto
desde donde manda el corazón.
CARTA DE
AMOR A TERUEL
Zaragoza,
fecha de siempre
Querida provincia:
Desde que en mis primeras nociones de Geografía aparecías
precedida de la conjunción “y” que te confería -como sigue sucediendo ahora- la
calidad de punto final a la enumeración de la trilogía del Aragón que, según
luego fui conociendo y confirmando en los desequilibrados censos, tan mal
distribuye aglomeraciones y soledades, te consideré como la eterna tercera, la
última de un fácil encadenamiento de topónimos que encabeza una locomotora
capital, con más vanidad que potencia, que a la hora de los problemas parece
muy olvidada tanto de su provincia, como de las que ocupan sus dos humildes
vagones, uno de los cuales lleva tu nombre: Teruel.
Yo, que desde mi
residencia en esa aludida locomotora, he viajado en mi tiempo libre por los
hermosos parajes de las bellezas y silencios de este discreto y desigual tren
de tan escaso significado en el entramado nacional, saco hoy billete para
asomarme a la realidad de nuestra Comunidad Autónoma desde el confuso cristal
de tu vagoncillo que colea con más temblor que brío, agitando su incierto
farolillo rojo, como apéndice desgajado de un tronco de savia seca.
Núcleos de padrones desangrados, apenas un punto en un
mapa, un recuerdo fugaz, unos minutos, unos pasos sorprendiendo cascotes,
buscando un alguien a quien preguntar qué es aquello, un disparo de máquina de
fotos que altera el zumbido de una avispa, el crujir de un madero prisionero de
la carcoma... y enseguida un coche marchando de ellos, como asustado por
haberse perdido en un laberinto de sierras, vacíos y misterios de la tierra
abandonada que habla con el eco de la ausencia. Porque tú, Teruel, tienes alma
de estar acostumbrada a mirar muchas espaldas partiendo para no retornar,
tienes rostro de lágrima encallecida, de horizonte enlutado, de masico desvencijado
y acabado, de minas ciegas y estériles, de infinito color de polvo y angustia
visceral, de un proyectar la mirada a esa línea interminable, bisagra del aquí
y el allí ya no alcanzable por la vista que habla de ocaso, de cielo
desplomado, como si esas aldeas hoy inertes, mortajas de adobe y maleza,
hubieran nacido muertas.
Y bien sé que también hay galas de postín en tu equipaje:
sabor profundo a carne curada con denominación de origen en tu gastronomía,
vuelo mudéjar de tus torres encaramadas a la atalaya de su tratamiento de
Patrimonio de la Humanidad, caprichos que miran hacia el alto desde Montoro -y
hacia abajo en las oquedades de Molinos-, atardeceres anaranjados enamorados de
la muralla de Albarracín, piel de aceite sedoso y tacto de cerámica en tus
ancestros, verdes pulmones de bosques ignotos, cascabeles de aguas por las
rutas del aflorar de tus ríos, senderos que reclaman pies para caminarlos,
seria elegancia de plazas porticadas, inmensas puertas blasonadas, rejas
afiligranadas que anudan hierro, calor y trabajo... Y todo esto y mucho más,
aderezado por el esfuerzo anónimo de esas modestas luciérnagas incombustibles,
plenas de imaginación y creatividad, que desde su inquebrantable voluntad en
salir adelante, aportan generosamente y sin reservas tiempo para estudiar y
divulgar tu cultura, para crear convivencia, sociedad de minorías en torno a
las raíces, alumbrando alternativas, incólumes ante los obstáculos, ordeñando
duros de cada peseta, pariendo boletines, programas de actividades, siendo
anuncios vivientes de que, pase lo que pase -y quizás también pese a quien
pese-, tú Teruel existes.
Existes, pero tu voz es débil, tu lamento está
ensordecido y tus palabras son recibidas como sílabas arracimadas sin fuerza ni
acentos. Por eso Teruel paraste el día veintinueve de Noviembre, porque quieres
y mereces vivir por encima de la caridad de unos presupuestos diezmados, porque
no basta permanecer en la grata poltrona de los amantes y el torico para que te
salgan las cuentas, para que las despensas sean bodegas fecundas para todos los
tuyos y los que puedan venir. Ese día veintinueve paraste, Teruel porque aún
estás viva y no quieres que tus tambores sean lúgubres plañideras enmarcando tu
muerte. Paraste porque sabes que no hay pueblo más muerto que aquél resignado a
morir. Y porque tú, Teruel, aunque eres experta en perder, no lo eres menos en
ganas de prosperar.
Expreso mi amor a ti, hermana pequeña, a ti criatura
malherida que, como un mar sin agua tornas tus ojos yermos a Aragón -y muy en mayúsculas
a ese Zaragoza que en algunos aspectos casi te resulta un Madrid- para reclamar
la solidaridad, la cordura y el compromiso necesarios para que el futuro no sea
para tus parajes y tu entidad un trasunto de espejismo pretérito, una anécdota
para subir puntos en el examen de un alumno empollón, una estampa de museo y
costumbrismo, una foto sepia enterrada en el archivo de la nostalgia. En
definitiva, Teruel, ese día veintinueve de Noviembre de ese 2000 que se nos
escapó, fuiste faro pregonero del aliento que te resta, cronista de las deudas
de los de arriba para contigo, campana impenitente que expande su trueno para
no renunciar a la pervivencia en igualdad de oportunidades, a través de la
adecuada explotación de tus recursos, consiguiendo las infraestructuras
crónicamente pendientes y, más allá del protagonismo de ser en esa fecha reina
por un día coronada en cabeceras de titulares, alcanzar la estabilidad
imprescindible para afrontar soles y tormentas, amaneceres y ocasos, alegrías y
penas en esta vida que, además de ser difícil para muchos, para algunos como es
tu caso, Teruel marchita, por causa de los atropellos del poder totalitario
como sujeto activo, de un lado, y del conformismo de muchos de los afectados
como agente pasivo, se está degradando a imposible.
Pero
aunque ese duro y feroz imposible llegara a perpetrarse, aunque no haya indulto
para tu condena a sobrevivir en esta agonía desterrada de los paraísos que
puedas soñar, aunque tus viejos lloren y las jóvenes generaciones aguarden en
el patético banquillo de una estación fantasmagórica la llegada de un tren
cuyos raíles te prometen hace muchas décadas y elecciones, no olvides Teruel,
que con tu mal y tu bien, con tu nunca y tu siempre, con mis guerras perdidas,
con mis quimeras renovadas, me apearé de la vorágine del rápido y huero
progreso de las autopistas virtuales y los vocablos digitales para decirte, del
modo que quienes te defienden y yo entendemos, sencillamente te quiero Teruel.
Mª. Victoria
Trigo Bello
Escritora,
estudiosa de la cultura popular aragonesa y articulista habitual en diversas
publicaciones aragonesas.