Tuve
ocasión de asistir a dos conferencias de Emilio Gastón y me causó una gratísima
impresión. Sirva el siguiente artículo como homenaje, pues me acaba de llegar
la noticia de su fallecimiento. Descanse en paz.
Nos parece oportuno en este mes de enero de 2015, en el que Emilio Gastón
cumple ochenta años, celebrar a quien ha tenido presencia pública destacada en
la vida aragonesa, como ciudadano, poeta y hombre público. Su figura puede
servirnos de inspiración para devolver dignidad y crédito a la
labor política.
Con larga dedicación profesional a
la abogacía –tras asumir el bufete paterno–, quiso poner el derecho al servicio
de las personas y de su sentido de la justicia, apoyando a quienes sufrían los
abusos del poder. Asumió desde muy temprano un pleno compromiso con la
democracia, las libertades públicas y los derechos humanos –influido por la
prisión de su amigo Vicente Cazcarra–, y fue miembro activo en la oposición al
franquismo desde la Junta Democrática y protagonista directo en la
consolidación de la vida democrática española, convencido siempre de que “la
vida sin lucha es cosa tonta”, aunque frecuente. Supo asumir también la defensa
de la naturaleza, del paisaje, de los ríos y del patrimonio cultural. Encarnó
el movimiento autonomista aragonés y la reivindicación de un “poder aragonés”
al servicio del individuo, de la igualdad social, del equilibrio territorial y
de un proyecto federal, desde el Partido Socialista de Aragón (PSA) que
contribuyó a fundar. Diputado por Zaragoza en las Cortes Constituyentes, tras
las primeras elecciones generales democráticas, ocupó escaño en el Grupo Mixto
–junto a Enrique Tierno Galván– y fue su portavoz y miembro activo en la
Comisión Constitucional. No aceptó el proceso de “unificación” del PSA con el
PSOE y, tras una breve segunda etapa al frente del recuperado PSA, se retiró de
la política activa, “hasta nuevo orden”.
Con el respaldo unánime de las
Cortes de Aragón en 1987, fue responsable de la puesta en marcha del Justicia
de Aragón, como primer titular de la institución, que abrió a todos los
colectivos ciudadanos, con quienes brindó por la “queja perpetua”, es decir,
por una democracia profunda, exigente, avanzada. Desempeñó un único mandato.
No ha faltado nunca su generosa
presencia y su aliento en las numerosas iniciativas cívicas surgidas para la
defensa de los valores colectivos, como la naturaleza, la cultura, la paz o la
dignidad humana.
Destaca asimismo en Emilio Gastón su
labor poética, que comenzó a gestarse en los años cincuenta del pasado siglo en
torno a la tertulia del zaragozano Café Niké y a la Oficina Poética
Internacional. Su poesía es una poesía utópica, humana, surrealista,
existencial. Con ecos de Miguel Labordeta, de César Vallejo, de Neruda o Lorca;
y a la vez profundamente personal y reconocible. La poesía de Gastón
–excepcional rapsoda, lo cual no es muy habitual entre poetas– está sostenida
en versos largos y caracterizada por la creación de neologismos
(“nubepensador”), de términos provenientes de su mundo jurídico y de formas
adjetivales (“felipesecundario”) o adverbiales (“ipsofactamente”) propias de
quien sabe conducir al lenguaje más allá de sus estrechos límites
convencionales. La de Gastón es una poética de la naturaleza y, en último
término, del ser humano y la esperanza que este despierta. Cultivador y
defensor del esperanto, ha querido también escribir sus versos en aragonés
cheso.
Y está también el Emilio Gastón
escultor, el “chatarrero”, como gusta llamarse. El hombre que lucha con el
hierro y el vacío, a medio camino entre la abstracción y Pablo Gargallo.
Hombre comprometido siempre con la res
publica, con una trayectoria coherente y honesta, siente todavía pendiente
de realización esa gran utopía que es la fraternidad, la hermandad planetaria.
Y a dicha tarea nos sigue convocando con su palabra y su amplia sonrisa, desde
sus ochenta años.
Autor del artículo. Félix
Gracia Romero y Enrique Cebrián Zazurca