1.- Emigración: Más de 200.000 aragoneses viven en Barcelona y su área metropolitana, cifra que convierte a la capital catalana en la segunda ciudad del mundo en cuanto a población aragonesa.
La importancia de la emigración de aragoneses hacia Barcelona ha sido una constante durante todo el siglo XX. A diferencia de otras corrientes migratorias, los aragoneses comenzaron a emigrar hacia la capital de Cataluña antes de que estallase la Guerra Civil.
A comienzos del siglo pasado se estimaba en unos cincuenta mil el número de aragoneses residentes en Barcelona, lo cual puede sorprender teniendo en cuenta que la ciudad no llegaba entonces al millón de habitantes.
2.- Casas regionales: Por tanto, ya en 1909 era destacada la presencia aragonesa en la capital catalana. Fruto de esa corriente surgió el Centro Aragonés de Barcelona que ya ha celebrado su I Centenario. (También se halla en la ciudad Condal otro Centro Aragonés, el de Sarriá. La Casa de Aragón, la tercera casa regional aragonesa de Barcelona se fusionó hace pocos años con el actual Centro al que hacemos especial referencia). En la actualidad, el Centro se erige en punto de encuentro de la comunidad aragonesa en Cataluña. Son más de 1500 los socios que se reúnen en un distinguido edificio situado en una de las arterias más comerciales de Barcelona, la Ronda de Sant Antoni, muy cerca de la Plaza Universidad. Múltiples actividades se desarrollan allí a lo largo del año: academia de baile, jota y rondalla, clases de solfeo, escuela de bombos y tambores, grupo de coral, grupo de teatro, clases de danza oriental y de kárate, taller de modistería y traje aragonés, taller de danzas, servicios de ATS, de podología, de peluquería, bar y restaurante, baile, etc. Tanto la Dirección del Centro Aragonés como las Peñas organizan numerosos actos culturales y festivos.
La Peña Turolense durante varios años ha llevado a cabo una programación de actos culturales y festivos muy activa y siempre se ha visto gratificada con la asistencia de numerosos paisanos a todos lo eventos organizados. Homenajes a turolenses destacados, nombramiento de “Turolenses de Mérito”, conferencias, exposiciones, cenas y festivales de jotas, excursiones y viajes culturales, torneos, etc. Igualmente destacable es el Grupo de bombos y tambores que participa en la Cabalgata de las Fiestas de la Mercè de Barcelona y es requerido a otros eventos festivos de carácter municipal por distintos ámbitos de la provincia. Incluso ha llegado a organizar una “Rompida” en la mismísima Plaza de Cataluña.
Evidentemente que el Centro Aragonés de Barcelona es sólo un ejemplo concreto visible y palpable de la presencia de los aragoneses en la ciudad Condal, pero nuestra presencia se hace extensible a otros ámbitos de carácter laboral, social y cultural de la vida catalana.
3.- A caballo entre Cataluña y Aragón: Las estadísticas dicen que los turolenses que residimos fuera de la propia provincia somos casi tantos como los que permanecen en ella. Yo voy a referirme sólo a Barcelona y su área metropolitana. No vivimos en el lugar de origen, pero tampoco plenamente en el país de acogida. Y eso que, a diferencia de los provenientes de otras comunidades, tenemos fama de integrarnos con relativa facilidad. Es la única solución posible para superar el desarraigo, el aislamiento y la incomprensión. Francisco Candel lo vio con claridad en los años sesenta (Els altres catalans) y el tiempo le ha dado la razón. Los nuevos catalanes, ligados por residencia con el devenir general de la sociedad catalana, solo podrían progresar en la medida en que colaborasen con ésta, no tan sólo en el aspecto económico, sino también en cultural, social y político. Dicho compromiso, por supuesto, tenía que ser mutuo. Esta relativa integración en el caso de los que vinimos de Teruel, plena en el caso de nuestros hijos, no ha supuesto renuncias ni olvido de nuestra tierra turolense. El agradecimiento a la tierra de acogida no ha mermado un ápice el cariño a la propia.
Por eso volvemos a nuestros pueblos en cuanto las circunstancias nos lo permiten, restauramos las casas según nuestras posibilidades y ocupamos temporalmente el hueco de nuestras propias ausencias. Durante estas estancias nos ponemos al día y nos empapamos de los sinsabores propios de la cuestionada supervivencia de esos numerosos pueblos silenciosos y casi desiertos durante el largo y duro período invernal y alimentamos esperanzas de que se toque fondo de una vez y se supere esta diáspora secular que amenaza con dejar la provincia convertida en “una reserva de recuerdos y ausencias eternas”.
Y cuando retornamos a nuestra vida cotidiana en la urbe masificada y en su cinturón industrial multiétnico, con cierto regusto de nostalgia indeseada, seguimos al tanto de cualquier novedad que se produzca en nuestra tierra de origen. Sin embargo, y sin dejar de lado nuestras propias responsabilidades, y sin caer en el tópico de culpar de todas las carencias al Gobierno central o al autonómico, observamos con desánimo que ni el largo y ensombrecido período de la posguerra ni la democracia anhelada durante tantos años han supuesto una mejora de las condiciones materiales.
Nuestra provincia, y sin ignorar los cambios habidos y las relativas mejoras llevadas a cabo, magnificadas por algunos, sigue estando al margen de los grandes ejes de comunicaciones, las carencias de servicios que satisfagan las necesidades de nuestros municipios son palpables y los planes de infraestructuras son más que menguados.
Ni la inclemencia del tiempo, ni la sequía, ni la orografía justifican que esta provincia del Sur de Aragón se haya convertido en un conjunto de pueblos que, salvo escasísimas excepciones, están muy despoblados y sus escasos habitantes apenas se dejan ver por las calles donde hasta el eco de tiempos mejores les castiga con su ausencia.